La aparición del chicle se remonta a la época prehispánica. La civilización maya usaba el chicle para limpiarse la boca antes de las ceremonias, mitigar la sed en épocas de sequía y aumentar la salivación. La palabra chicle proviene del vocablo maya sicté ya’, que vendría a significar masticar con la boca.
El estado mexicano de Quinta Roo vio nacer el chicle. En sus tierras de bosque tropical crece el chicozapote, el árbol del que se obtiene la resina con la que se fabrica. En esta región se encuentra Tres Garantías, donde trabaja una cooperativa de decenas de familias que luchan por seguir viviendo del chicle.
Una tradición que no quieren perder y que parece que la moda de los productos orgánicos les está dando una tregua. Hoy en día, Japón es el primer país importador de esta materia prima y Alemania el que más goma de mascar orgánica consume. Esto supone un alivio para una industria en la que reina la producción industrial de derivados del petróleo.
La temporada para los chicleros de Tres Garantías comienza en octubre, después del periodo de lluvias. El proceso de extracción se realiza de forma muy similar a cómo lo hacían los mayas. El primer paso consiste en limpiar la maleza del entorno del árbol de chicozapote “para trabajar mejor y para espantar a los animales”.
El chiclero debe realizar una serie de cortes oblicuos en la corteza para poder extraer la savia. A golpe de machete, casi como un atentado al árbol, se golpea el tronco del chicozapote de donde instantes más tarde empiezan brotar gotas de un líquido blanquecino.
Ataviados con una simple cuerda, los chicleros trepan por el árbol para acuchillarlo desde la base hasta las ramas más altas. Un trabajo duro que no entiende de protocolos de seguridad, pero que dominan como autoridades en la materia.
Con el chicozapote “sangrando” resina en forma de riachuelo durante toda la noche, los chicleros son capaces de recolectar hasta 8 kg por cada árbol. Obtienen unos 70 pesos por kg de resina y cada día pueden trabajar hasta 6 árboles. Teniendo en cuenta que un mismo chicozapote tarde 8 años en poder volver a explotarse con éxito.
Tras la recolección, los chicleros transportan los bidones de resina hasta el campamento, donde se realiza la cocción. Antes de ponerla a cocer, filtran la resina para eliminar las impurezas. En grandes ollas a fuego fuerte, los hombres hierven la materia, que empieza a evaporarse. El proceso dura aproximadamente una hora en
la que el chiclero no deja de remover la masa para evitar que se pegue. Cuando la savia adquiere un color caramelo y una consistencia viscosa, está lista para enfriarla y poner en un molde. Solo le faltaría añadir el sabor con productos naturales para crear un chicle totalmente orgánico. Un chicle maya que perdura en el tiempo gracias a la dedicación de los vecinos de Tres Garantías.