En la Ciudad de México, «La Viga» se mantiene como un recuerdo culinario de una ciudad que alguna vez se recorrió en trajineras con cientos de productos de todo tipo. A la fecha, la vida de los chilangos fluye alrededor del antiguo mercado de pescados y de la no tan Nueva Viga, donde se venden toneladas de productos de mar… lejos del mar, ¿pero cómo llegó ese pedazo del océano a la metrópoli?
En el siglo XIX, la zona de La Viga era un “animado paseo junto al canal”, dice La guía oficial para visitantes de la Ciudad de México, un lugar de recreación y de comercio que luego se convirtió en una calzada, mercados y en una ‘peregrinación’ de gente en busca de mariscos y pescados para la Cuaresma.
Este lugar ha estado vinculado a dichas festividades religiosas en más de una manera, Antonio García Cubas rememora en El Libro de mis Recuerdos (1904) que las fiestas de la Cuaresma se volvían animadas en el canal de La Viga desde el primer domingo hasta el Jueves Santo.
“A Santa Anita, dos por medio real”, se escuchaba entre la multitud de personas y canoas en aquella época, mientras sonaban las guitarras de los músicos y en el centro había uno que otro bailador. A los alrededores había “verdaderos jardines flotantes” con las chinampas de amapolas, lechugas, apio y chícharos.
Hoy La Viga es famosa por ser zona de pescados y mariscos, pero a finales del siglo XIX y principios del siglo XX por sus aguas flotaban trajineras con cientos de productos de todo el país en puestos ambulantes o de camino a los mercados.
Navegaban canoas con arroz, azúcar, becerros de un año, carbón, cecina de res, cera de Campeche, chipotle, frijol, habas, harina, pulque, lenteja, linaza, leña, maíz, miel, nieve, paja, sal de Calima, lana, zacatón, piedra y arena.. Los vendedores recorrían varias zonas como Jamaica y de Santa Anita (lo cual influyó para que luego se establecieran ahí los mercados).
El Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) detalla que el canal iniciaba en Chalco, pasaba por la garita de la Viga y terminaba cerca de la Merced. Por esas rutas se hacían la ‘Fiesta de las flores’ y el ‘Viernes de Dolores’, pasaban trajineras decoradas con amapolas, apios, tules y claveles, también tamales, moles, atoles, pulques, frutas y verduras.
En La Ciudad que nos inventa, el cronista Héctor de Mauleón explica que entre 1753 y 1781 los canales de la metrópoli comenzaron a ser enterrados porque se habían convertido en una fuente de malos olores y epidemias. Un atentado a la salud pública.
“La ciudad lacustre entró de ese modo en una agonía que se prolongó hasta 1921, año en que el último vergel, el canal de la Viga, fue asfaltado”.
Pese a ello, el comercio no se fue de la zona, ya que las bodegas se movieron a la Central de Abasto en la década de los 70, “una vez cubierto el canal y ya convertido en avenida, recuperó su función de medio de transporte de mercancías y productos que se dirigían al gran mercado de abasto del barrio de La Merced”.
A mediados del siglo XX nació el mercado de pescados y mariscos de La Viga, en donde había estado una fábrica de alcohol llamada La Gran Unión. Su ubicación cercana a las zonas céntricas de la capital hizo que se volviera protagonista en la venta de este tipo de productos. Empresarios con visión lavado de productos marinos que inundaban el antiguo Distrito Federal.
En la década de los 90 el antiguo mercado se vio rebasado y se mudó a su nueva sede con el nombre de La Nueva Viga, un mercado de pescados que forma parte de la central de Abastos. Fue inaugurado en 1993, sobre prolongación eje 6 sur, y desde entonces ahí se sigue la tradición.